La ruta de las trincheras eleuseas


Las trincheras eleuseas están en Peguerinos. Quizá nadie más las llame así. La historia dice que durante la guerra civil los sublevados tuvieron que desviarse del Puerto de los Leones y bordear por Cueva Valiente hacia Madrid. Por eso hay trincheras y restos de la guerra civil por allí.


Los lugares desconocidos a menudo nos resultan fríos. Se apodera de nosotros una especie de penumbra sombría...


Aunque en esos momentos el tiempo se sustrae a su percepción, diría que estuvimos unas dos horas en las rocas de en frente del árbol en forma de V. Es un pino cuyo tronco casi desde la raíz se abre en dos. Aunque parecen dos árboles diferentes, en realidad es uno. Los troncos son muy altos y solo hay ramas en la copa, donde todo se vuelve a unir.


Y nosotros: ¡espectadores, siempre, por doquier, vueltos al todo y jamás hacia fuera!... Solo están nuestros ojos como invertidos...


A mí lo que me hizo poder volver a contemplar hacia fuera fue el pájaro que nos habló: se posó en una de las ramas de la copa del pino. Su posición era perfecta desde nuestra perspectiva visual; y empezó a hablarnos. Los dos escuchamos que nos decía: ooooye! oooye!... Y cuando el pájaro supo que estábamos seguros ya de vuelta, se fue a otro lugar.


Echamos a andar y llegamos a las trincheras. Por esta ruta te sintetizas con la naturaleza: con los sonidos de los pájaros, con las nubes, con el agua, y con las dinámicas que marcan los vientos, sus silencios y el sol en todo...


Por el camino aprendí a concebir el paisaje según el cauce de los ríos por las montañas y los valles. Estábamos cerca del embalse de la Cañada Mojada, muy cerca de la Loma del Collado. Yo me metí dentro de una trinchera y pregunté en alto qué habría allí en el tiempo de la guerra civil para tener que construir unas trincheras de piedras; qué habría que proteger... Watson lo vio claro y dijo que las vistas. Yo añadí que tal vez el control del agua, y quizá algo que creciese en el lugar: las plantas, las flores, las setas; el micelio...


Quizá las trincheras y la ruta remitan a unos vientos y a unos guerreros concretos:


Y luego cuando el viento se aplaca, se calma, miras a tu alrededor y ves que todo se ha alterado, que todo ha cambiado, se ha hecho irreconocible. El árbol pende partido, las piedras han rodado lejos, los cristales rotos, los jarrones de flores en pedazos, la fuente llena de ramas y hojas. Miras a tu alrededor y hay una luz nunca vista, espectral, como si el mundo volviera a empezar desde allí y toda aquella ruina hubiera sido necesaria. Los vientos del alma traen algo como esta luz, pero antes tienen que arrastrarte abajo, más abajo, porque sin final no hay principio...


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Textos citados: Kirmen Uribe, Lo que mueve el mundo; Rilke, Octava elegía de Duino (desordenada); Roberto Vecchioni, El librero de Selinunte.


El resto de texto por:

pedrolr


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